Será un día después de la medida anunciada por la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT).
Un estudio señala que el riesgo de problemas psiquiátricos sigue dos años después del diagnóstico por COVID
Una investigación sugiere que las personas que han sufrido una infección por coronavirus siguen teniendo un mayor riesgo de afecciones neurológicas como niebla mental, demencia o psicosis hasta dos años después de pasar la enfermedad.
General18 de agosto de 2022 RHEl poso que deja la COVID en el organismo sigue latente muchos meses después. Como un lastre que acompaña a las personas que han pasado la enfermedad, el riesgo de desarrollar algunas dolencias psiquiátricas y neurológicas, como los brotes psicóticos, la demencia, la niebla mental o la epilepsia, sigue al alza hasta dos años después del diagnóstico, según un estudio publicado en la revista The Lancet Psychiatry. No todas las enfermedades asociadas, eso sí, tienen la sombra tan alargada. El riesgo de padecer ansiedad y trastornos del ánimo no es mayor que el que tienen las personas que sufren de base otra infección respiratoria, concluyen los investigadores.
Hay muchas incógnitas aún por desvelar sobre el eventual impacto de la COVID en el organismo a corto, medio y largo plazo. Como la COVID persistente, que dibuja cuadros clínicos heterogéneos con más de 200 secuelas diferentes y aún se desconoce por qué surge, a quién afecta y durante cuánto tiempo. El estudio más afinado sobre su prevalencia calculaba que uno de cada ocho infectados tiene síntomas prolongados, pero el porqué y a quién afectan las distintas secuelas, en qué grado o qué efectos tendrá la infección por coronavirus sigue en el aire.
Una nueva investigación, impulsada por científicos de la Universidad de Oxford, vuelve a abrir ese melón sobre cuán larga es esa rémora que deja la COVID. En este caso, específicamente en dolencias neuropsiquiátricas. Desde el inicio de la pandemia, la comunidad científica ha alertado de que la COVID elevaba el riesgo de desarrollar ciertas enfermedades psiquiátricas y neurológicas, pero los investigadores de Oxford, explican en su artículo, querían dar respuesta a varias cuestiones sin resolver: si esos riesgos elevados volvían a la normalidad con el tiempo y cuándo, si eran similares por edades y en niños, y si esos perfiles de riesgo cambiaban al calor de la evolución de las distintas variantes del virus.
Para ello, recogieron información clínica en bases de datos de 1,28 millones de personas con COVID, la mayoría de Estados Unidos, pero también de España, Australia, Bulgaria y Malasia, entre otros países. Y los cruzaron con un grupo control formado por otros tantos participantes que habían tenido otras infecciones respiratorias. “Hasta donde sabemos, este es el primer estudio con una cohorte de comparación que evalúa los riesgos de una variedad de resultados neurológicos y psiquiátricos de COVID hasta dos años después de la infección índice por Sars-CoV-2. Descubrimos que los riesgos de resultados neurológicos y psiquiátricos posteriores a la COVID siguen diferentes trayectorias”, explican los científicos en el artículo.
Paul Harrison, profesor de la Universidad de Oxford y autor principal del estudio, ha matizado, en un encuentro con los medios, que esos riesgos no son dramáticos y difieren sustancialmente según los grupos de edad. No se trata de un riesgo 10 o 100 veces superior, ha dicho. “Creo que la peor relación de probabilidades es de dos o tres: algunas cosas van a ser dos o tres veces más comunes después de hacer frente a la COVID que a otras infecciones [respiratorias]. Pero aquellas cosas que son relativamente más comunes también tienden a ser cosas raras”, ha apuntado.
La investigación reveló que los riesgos de trastornos psiquiátricos comunes, como la ansiedad o la depresión, desaparecían antes de dos meses. “Buenas noticias”, ha valorado, en el mismo encuentro con periodistas, Max Taquet, investigador en psiquiatría del Instituto Nacional para la Investigación de la Salud y coautor del estudio: “El exceso de riesgo de algunos trastornos, en particular los trastornos de ansiedad, desapareció en tres meses sin un exceso general de casos en dos años. Lo que eso significa es que dos años después de la infección, la cantidad de personas con COVID que tenían un diagnóstico de depresión o un trastorno de ansiedad era la misma que la de las personas que tenían otra infección del tracto respiratorio. Y eso es muy tranquilizador”, ha añadido.
No habrá un tsunami de demencia
La contrapartida, sin embargo, es que no sucede lo mismo en algunas de las 14 dolencias analizadas en la investigación. Los riesgos de déficit cognitivo (como la niebla mental), la demencia, los trastornos psicóticos, la epilepsia y las convulsiones seguían aumentando hasta dos años después del diagnóstico. “Desde los horizontes de riesgo, si no se ha diagnosticado ningún trastorno de ansiedad dentro de los dos meses posteriores al diagnóstico de COVID, a partir de ese momento, el paciente puede estar seguro de que su riesgo ya no es mayor que después de otra infección respiratoria. Si un paciente había desarrollado un accidente cerebrovascular isquémico dentro de los dos meses posteriores al diagnóstico de COVID, es plausible que el diagnóstico de COVID haya contribuido (ya sea directa o indirectamente) a su aparición, pero más allá de los dos meses, se deben considerar activamente otras causas”, ejemplifican en el estudio.
Los investigadores han matizado que sus resultados no quieren decir, por ejemplo, “un tsunami” de casos de demencia y puede que el incremento de trastornos psicóticos no sean crónicos, sino episodios puntuales ocurridos en un momento concreto. Pero tampoco se debe descuidar, agregan, este potencial incremento de diagnósticos. Los científicos admiten, no obstante, que una de las limitaciones de su estudio es que desconocen “la gravedad o el curso de cada trastorno después del diagnóstico, o si estos son similares o no después de la COVID y después de otras infecciones respiratorias”.
Lo científicos avisan, en cualquier caso, de que estas trayectorias de riesgos “son informativas para la salud pública” y sirven de guía a pacientes y sanitarios para estar “atentos” a eventuales “secuelas tardías”. Harrison alerta también, en términos de planificación sanitaria, de sus hallazgos: “Los resultados tienen implicaciones importantes para los pacientes y los servicios de salud, ya que sugieren que es probable que ocurran nuevos casos de afecciones neurológicas relacionadas con la infección por COVID durante un tiempo considerable después de que la pandemia haya disminuido. Nuestro trabajo también destaca la necesidad de más investigación para comprender por qué sucede esto después de la COVID y qué se puede hacer para prevenir o tratar estas afecciones”.
Más riesgo de convulsiones en niños
Por edades, los investigadores también encontraron que los perfiles y trayectorias del riesgo de desarrollar algunas dolencias neuropsiquiátricas cambiaban dentro de los propios adultos y también con respecto a los niños. Por un lado, los adultos menores de 64 años tenían más riesgo de niebla mental o dolencias musculares en comparación con aquellos de su mismo rango de edad que sufrieron otras infecciones respiratorias. En los más ancianos, se veía una mayor incidencia de niebla mental, demencia y trastorno psicótico respecto al grupo control.
En cuanto a los niños, si bien el riesgo de diagnósticos neuropsiquiátricos era más bajo que en adultos, tenían más posibilidades de sufrir un trastorno psicótico o convulsiones en los dos años posteriores a la detección de la COVID. “Los niños tienen tres veces más riesgo de desarrollar trastornos psicóticos y tienen dos veces más riesgo de epilepsia o convulsiones”, ha explicado Taquet. Aun así, ha matizado, el riesgo absoluto era muy bajo porque la incidencia de estas dolencias en la población infantil es ínfima: por ejemplo, para los trastornos psicóticos, la incidencia era de 0,18% tras dos años de la COVID frente al 0,063% en el grupo control con otras infecciones respiratorias.
A propósito de la ansiedad y los trastornos del ánimo, los menores no tuvieron un mayor riesgo en ninguna etapa tras pasar la COVID en comparación con los críos que sufrieron otras infecciones respiratorias. La niebla mental, ha agregado Taquet, también fue “transitoria” y no aumentaba a los dos años.
Esta investigación afina un poco más en los riesgos de desarrollar ciertas dolencias, pero deja también otras cuestiones aún por resolver. Por ejemplo, por qué sucede. En los niños, hipotetizan los expertos, “las secuelas podrían ser impulsadas, en parte, por un mecanismo inmunomediado posinfeccioso, como la encefalomielitis diseminada aguda, como se sugirió en un estudio prospectivo de 52 niños hospitalizados con COVID″. Esto apoya, explican, sus observaciones “de un mayor riesgo de encefalitis solo en niños y una tasa más alta de epilepsia o convulsiones poscovid en niños”.
En toda la cohorte, la persistencia del riesgo de déficit cognitivo, demencia, trastorno psicótico, epilepsia y convulsiones a largo plazo, agregan los investigadores, “sugiere que cualquier mecanismo subyacente debe tener una actividad continua mucho después de la infección aguda”. Asimismo, sopesan que la desaparición a corto plazo del riesgo añadido de ansiedad en el caso de los niños, o que ni siquiera exista, puede deberse a que la COVID “precipita trastornos del estado de ánimo y de ansiedad en personas con una predisposición subyacente, a través de una patogénesis relacionada con el estrés de corta duración a la que los niños son menos susceptibles”.
El peso de las variantes
Los investigadores también encontraron variaciones en los patrones de riesgo para estas enfermedades según la evolución de las principales variantes de la COVID: justo después de la aparición de la variante delta, vieron más riesgo de accidente cerebrovascular isquémico, epilepsia o convulsiones, déficit cognitivo, insomnio y trastornos de ansiedad que antes de que apareciese, y todo ello agravado por una mayor tasa de mortalidad. Con ómicron, si bien hubo una tasa más baja de mortalidad antes de la aparición de esta variante, los riesgos de resultados neuropsiquiátricos se mantuvieron similares. “La observación de riesgos neurológicos y psiquiátricos comparables justo después (en comparación con justo antes) de la aparición de la variante ómicron sugiere una carga neuropsiquiátrica continua de COVID, incluso con variantes que conducen a una enfermedad menos grave”, explican los investigadores.
Para Josep María Tormos, jefe de Investigación del Institut Guttman, un centro sanitario especializado en neurorehabilitación, la investigación es “supernovedosa” y pone en evidencia lo que ya sospechaban: “un aumento de las enfermedades psiquiátricas y neurológicas” tras la COVID, apunta el experto, que no ha participado en el estudio. “Hoy sabemos que algunas enfermedades degenerativas y los trastornos psicóticos se ven afectados por componentes inflamatorios. Estaríamos, pues, viendo el efecto secundario de haberse visto expuesto a un nivel inflamatorio sistémico y cómo eso influye en el desarrollo o desenmascaramiento de procesos que a lo mejor ya existían de forma larvada”.
Ana Rodríguez, neuróloga del Hospital del Mar de Barcelona, apela a la prudencia con los datos: “Una limitación es que se basan en historiales electrónicos de salud y la información puede ser más sesgada. Por ejemplo, con el deterioro cognitivo, los casos de demencia: la duda es si esa persona ya tenía un deterioro cognitivo incipiente de antes. Que una persona no esté diagnosticada no quiere decir que no esté enfermo”. La neuróloga apunta también que “no se puede decir que esté relacionado bien con la COVID”: “Es una asociación, no una consecuencia. Los propios autores dicen que se deberían hacer más estudios”, agrega.
Los investigadores reconocen las limitaciones del estudio: la muestra puede infrarrepresentar casos asintomáticos, solo los que se infectaron al principio de la pandemia arrojaron datos de seguimiento de los dos años y no se genotiparon las variantes de forma individual, entre otras. No obstante, los resultados son “relevantes”, apuntan los autores, para preparar y anticipar políticas sanitarias: “El aumento persistente del riesgo de déficit cognitivo, demencia, trastornos psicóticos y epilepsia o convulsiones postcovid dos años después de la infección índice exige una mejor prestación de servicios para diagnosticar y manejar estas secuelas, e investigación para comprender los mecanismos”, rezan los investigadores en el artículo.
Tormos coincide, sobre todo, en la necesidad de tener un sistema sanitario con capacidad de responder a todas las aristas derivadas de una pandemia: “Lo que llama la atención es que si sometes a la población a una pandemia, hay un impacto agudo [la COVID] y otro subagudo, a medio plazo, que tiene un efecto en sí: el desenmascaramiento de otras enfermedades. Hay que desarrollar estrategias de apoyo a la salud de la población para evitar este impacto secundario”.
Fuente: Jessica Mouzo / El Pais
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