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La capital británica se convirtió en la ciudad principal del mundo en un homenaje para despedir a la reina Isabel II con más de 500 dignatarios de todo el mundo
Internacional19 de septiembre de 2022 RHLondres mucho más que un G-20 o un G-7, de una reunión de Davos o de una Asamblea General de la ONU. 10.000 policías, helicópteros revoloteando en el cielo, francotiradores, camionetas militares, vallados, bloques de cemento, y la expectativa de los grandes eventos.
Transformada y en un virtual estado de sitio porque han llegado 500 dignatarios de todo el mundo -jefes de Estado, jefes de gobierno, cabezas coronadas-, Londres se convirtió hoy en la “capital del mundo” y el escenario de un evento de importancia geopolítica no menor. En una reunión de líderes de todo el planeta jamás ocurrida en esta capital, para despedir y rendirle homenaje a una reina que marcó la historia del Reino Unido y del mundo al gobernar durante 70 años de modo ejemplar, pesaba la ausencia de los no invitados. En primer lugar, el presidente ruso, Vladimir Putin, furioso por el desplante, su colega de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, el venezolano Nicolás Maduro, el presidente de Siria, Bashar al Assad, personajes elípticamente puestos en la lista de “los malos”. Aunque tampoco faltaban inevitables polémicas por quienes sí estaban o habían sido invitados.
Causaba escozor, por ejemplo, la invitación incómoda remitida al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed Bin Salman, sospechado de haber sido el mandante del atroz asesinato, en 2018, del periodista Jamal Kashoggi. Aunque este finalmente desistió de viajar.
También hubo controversia por la presencia de una delegación china en la capilla ardiente -que se cerrará mañana a las 6.30-, por falta de respeto de los derechos humanos de la etnia musulmana uigur en la súper potencia asiática. No obstante, había confirmado su asistencia nada menos que el número dos de Xi Jinping, el vicepresidente Wang Qishan, tanto a la recepción de esta noche en el Palacio de Buckingham, la primera de Carlos III como monarca, como en el funeral de mañana en la Abadía de Westminster.
En víspera de esta ceremonia, que comenzará a las 11 de la mañana locales y se convertirá en el evento global con más televidentes de la historia (estiman 4000 millones de espectadores) la mayoría de los mandatarios -entre los cuales Joe y Jill Biden, los reyes de España, Felipe y Letizia y la primera dama de Ucrania, Olena Zelenska-, asistieron a la capilla ardiente de la reina en Westminster Hall, evidentemente emocionados. Y, como también hizo el representante de la Argentina, el embajador Javier Figueroa, firmaron el libro de condolencias de Lancaster House, uno de los edificios que forma parte del complejo real, cerca del Palacio de St. James.
En medio de un desafío logístico monumental -fue un rompecabezas organizar seguridad, desplazamientos, protocolo, llegadas y salidas, de todos los invitados, asientos en el templo-, tampoco había caído bien entre varios líderes mundiales que Biden hubiera tenido, valga la redundancia, “coronita”. “El mundo es mejor gracias a la reina”, dijo el presidente estadounidense.
Las autoridades británicas, en efecto, hicieron una excepción con Biden -catorceavo presidente norteamericano del reinado de Isabel II-, permitiéndole usar sus propios medios y seguridad para llegar a la Abadía de Westminster, donde mañana tendrá lugar la ceremonia fúnebre. Los demás invitados deberán subirse a autobuses especiales. Entre ellos, el emperador japonés Naruhito -que estudió en Oxford y tiene una relación muy especial con la corona-, en su debut en un gran evento planetario después de suceder a su padre Akihito que abdicó en 2019 y su esposa, la emperatriz Masako, que tampoco se veía participando hace tiempo en citas globales como ésta.
Lo mismo harán las cabezas coronadas, entre las cuales los reyes de España, Felipe y Letizia, de Holanda, Guillermo y Máxima -que en 2018 fueron huéspedes de la reina Isabel y del príncipe Carlos en Clearence House-, que compartirán la misa fúnebre con la ex reina Beatriz, que abdicó en 2013 y compartió muchos momentos de un reinado largo con Lilibeth. Lo mismo la reina de Dinamarca Margrethe II y su heredero al trono, el príncipe Frederick y su esposa, la princesa Mary. Margrethe, que este año festeja sus 50 años de reinado, su Jubileo de oro, siempre fue muy cercana a Isabel.
Tampoco quisieron perderse el funeral los reyes eméritos de España, Juan Carlos y Sofía, que tienen lazos de sangre con la corona británica. Los expertos en realeza recuerdan que Juan Carlos -cuya presencia también causó críticas por sus últimos escándalos de dinero-, solía llamar a Isabel II “la prima Lilibet”. Cuando murió su marido, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, el año pasado, en plena pandemia, el telegrama de pésame que le enviaron los reyes Felipe y Letizia, llevaba el encabezado “querida tía Lilibet”.
Viajaron asimismo el rey Gustavo de Suecia junto a la reina Silvia, el rey Harald de Noruega y su consorte Sonja, el príncipe heredero de Marruecos, el rey de Tonga junto al de Lesotho, el rey de Buthan -lugar visitado hace unos años por Guillermo y Kate-, el rey de Jordania, entre otros. Asimismo, retornarán con esta ocasión al escenario global la pareja de Alberto II y Charlene de Mónaco.
En una Londres convulsionada, con helicópteros revoloteando en el cielo, velando por los desplazamientos por mandatarios, nobles y aristócratas, las calles cortadas y la fila kilométrica de gente que seguía fluyendo ordenadamente hacia la capilla ardiente, la sensación era de estar en el ombligo del mundo.
“Me siento parte de la historia, la reina se murió, ha estado aquí 70 años y yo he estado trabajando estos días para la seguridad de ella y su familia, lo cual es un enorme honor”, dijo a LA NACION Rubén Almeida, guardia de seguridad emplazado en la plaza de Westminster desde hace diez días, para prevenir ataques, nacido en Medellín pero que desde los dos años vive en Inglaterra.
A las 20 locales, mientras el Big Ben volvió a ser protagonista, cuando sonó para marcar el comienzo y el fin de un minuto de silencio estremecedor, miles y miles de personas -parte de los que quedaron afuera de la fila histórica de cuatro días y medio de velorio solemne-, se preparaba para pasar la noche acampados detrás de las vallas emplazadas alrededor de la Abadía para poder saludar a la reina. Justamente para que todos puedan despedirse, la monarca protagonizará mañana una última gran procesión solemne. Después de la ceremonia, que culminará con el lamento fúnebre que sonarán gaiteros reales -como la propia reina planificó y quiso- el féretro de Isabel II dejará la iglesia y recorrerá casi tres kilómetros, hasta Wellington Arch y pasando por el Mall y Hyde Park. Salvas de cañón serán disparadas cada minuto del recorrido, marcado por el Big Ben y el rey, sus hermanos, hijos y otros miembros de los Windsor, una vez más acompañarán, a pie, el ataúd de Isabel II, que será transportado por un antiguo carruaje tirado por 124 marinos. En una escenografía extraordinaria, también escoltarán el cortejo guardias reales con sus brillantes uniformes. La procesión “será algo nunca visto”, aseguraron fuentes informadas. Aunque el histórico tiempo de luto de 12 días de la reina más amada y llorada, culminará más tarde en el castillo de Windsor, destino final de la despedida. Allí, después de otro servicio religioso para 800 personas en la Capilla de San Jorge, la reina será sepultada al lado de su compañero de toda la vida, el príncipe Felipe y de su padre, el rey Jorge VI, al final de una ceremonia privada de la que sólo participará la familia.
Fuente: Elisabetta Piqué p/ La Nación.
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