La economía China implosiona su economía, y podría arrastrar al resto del mundo con ella

La antigua China, con una economía que crecía rápidamente y una sociedad que se abría lentamente, ha desaparecido. Hoy el gigante asiático tiene una economía marchita y un Gobierno cada vez más autoritario, lo que produce una combinación muy peligrosa.

Internacional02 de noviembre de 2022 RH
Xi XInping

China, tal y como la conocíamos, ya no existe.  El país con una economía de rápido crecimiento y una sociedad de lenta apertura ha desaparecido. En su lugar hay una economía que se marchita y un Gobierno cada vez más autoritario controlado por un solo hombre: el presidente Xi Jinping.

Esta nueva China es más peligrosa que la antigua. Su tambaleante sector inmobiliario y el envejecimiento de su población amenazan con arrastrar a toda la economía mundial; la voluntad de Xi de atacar a las industrias y bloquear las inversiones extranjeras supone una amenaza para la estabilidad financiera del mundo, y el fortalecimiento militar del país y su deseo de reunificación con Taiwán son una amenaza para la estabilidad geopolítica.

Hubo un tiempo en el que la promesa del mercado chino podía ser suficiente para que las empresas y los gobiernos estadounidenses y europeos dejaran de lado todo, desde la vigilancia y la extralimitación del Gobierno hasta el robo de la propiedad intelectual, pero ese tiempo ha terminado. En las capitales y salas de juntas occidentales, parece que el horror de la transformación de Pekín se ha instalado finalmente y el atractivo del futuro económico de China se está desvaneciendo. 

Sin embargo, cuanto más débil sea el poder blando de China en la escena mundial, más tentada estará de resolver los conflictos utilizando su poder duro. La máquina de los milagros económicos de Pekín se ha agotado, pero eso no ha reducido sus ambiciones, y deja una China más peligrosa que ninguna otra que hayamos visto antes.

Peligro económico

Si quieres una pista de hasta dónde ha llegado la caída de la economía china, no busques más que los intentos de Pekín de ocultar información sobre el crecimiento del país. La semana pasada, durante el Congreso del Partido Comunista —reunión que se celebra cada 5 años y en la que se producen cambios en la dirección del PCCh—, se retrasó la publicación del informe sobre el PIB de China y otros datos económicos, que se publicaron después del Congreso sin previo aviso. 

Las cifras fueron malas: solo un 3,9% de crecimiento del PIB en un año en el que los responsables políticos preveían un crecimiento del 5,5%. Pero eso no es lo peor. Pekín ha ido reduciendo poco a poco la cantidad de datos que comparte sobre la economía, una tendencia a la opacidad que no da señales de remitir. 

Cada vez son más los inversores actuales y potenciales que desconocen lo que ocurre en China, pero sí saben que la demanda interna se ha hundido, que la tasa de desempleo juvenil ronda el 18% y que las exportaciones son lo único que mantiene la economía en marcha. La política de Xi de covid cero, que ha mantenido al país en un estado de confinamientos continuos durante meses, está paralizando la capacidad de funcionamiento de muchas empresas. Los inversores esperaban que Xi expusiera un plan para eliminar gradualmente esta política durante el Congreso, pero no fue así.

Más allá de las señales de problemas a corto plazo, hay otros signos más duraderos que apuntan a las dificultades económicas de China. El más visible es la lenta implosión del mercado inmobiliario del país. Moody's estima que entre el 70% y el 80% de la riqueza china está ligada a la propiedad, y el sector inmobiliario representa alrededor del 30% del PIB. 

En épocas de dificultades económicas, el Gobierno central y los Gobiernos locales siempre se han apoyado en la propiedad para estimular el crecimiento, independientemente de la demanda. El resultado es que cerca del 20% de las viviendas de China —unos 65 millones de unidades— están vacías y los promotores inmobiliarios están ahogados por las deudas. Sin embargo, dejar de construir significaría un desastre económico.

"La mayor parte de China son ciudades de tercer y cuarto nivel que dependen de la promoción inmobiliaria para obtener puestos de trabajo en la construcción", me explica Victor Shih, profesor de la Universidad de California en San Diego (EEUU), quien añade que, si la mayoría de estas ciudades dejasen de construir mañana, "el crecimiento entraría en territorio profundamente negativo".

Charlene Chu, analista de deuda en Autonomous Research, me comparte que más de 40 empresas inmobiliarias han quebrado desde principios de este año, pero el Gobierno ha intentado contener el desorden repartiendo las pérdidas entre los Gobiernos locales y los balances bancarios de todo el país. "No va a ser necesariamente catastrófico si se sanea correctamente la propiedad", aclara Chu.

Es un gran "si", e incluso si Pekín tiene éxito, la lenta acumulación de deuda ahogará el crecimiento económico en los próximos años. Si a esto le añadimos el rápido envejecimiento de la población y la ausencia de una red de seguridad social a la que recurrir, tenemos un lío económico de varias décadas que hay que desenredar. En un reciente ensayo en Foreign Affairs, Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia, califica la economía —que en su día fue la fuente de su fortaleza— como el "talón de Aquiles" de China.

Por supuesto, a Xi no se le escapan los problemas a largo plazo. Quiere que la economía china se parezca más a la estadounidense: que funcione con el gasto de los consumidores nacionales en lugar de depender de proyectos de infraestructuras y exportaciones alimentados por la deuda masiva; que construya semiconductores y diseñe software, en lugar de forjar hierro y fabricar pantallas de teléfono. En palabras de Shih, China "tiene que fabricar muchas más cosas o muchas más cosas de alto valor. Ambas cosas supondrán un gran reto". 

Para acercarse a ello, Xi necesita la cooperación del resto del mundo, no solo para comprar productos chinos, sino también para ofrecer la experiencia y la tecnología que ayudarán a su economía a subir de nivel. Por desgracia para Xi, Occidente ya no coopera. Desde la prohibición de que las empresas occidentales compartan tecnología de semiconductores con las empresas chinas hasta la prohibición de que las empresas cuasi-estatales chinas hagan negocios en Occidente, Estados Unidos y sus aliados están haciendo todo lo posible para impedir el impulso de Pekín de convertirse en una superpotencia tecnológica autosuficiente.

A menos que ocurra algo drástico, el período de crecimiento milagroso de China ha terminado, y no parece que Xi tenga un plan claro para reactivar la economía. Lo que antes era un signo de la revitalización del Estado chino y una herramienta para que este ejerciera su influencia, quedará paralizado. Eso no solo arrastrará a la economía mundial, sino que dejará a Pekín con menos opciones no violentas para ejercer el poder.

Mercados a la fuga

Los inversores —mareados por las preocupaciones sobre la inflación y la guerra en Ucrania— todavía están asimilando lo que significa tener una superpotencia autoritaria como fábrica del mundo, pero es obvio que creen que el dinero que entra no generará los rendimientos de antaño. Están sacando su dinero de China a un ritmo récord.

"Los días en los que China superaba al resto del mundo en múltiplos se han acabado", afirma Chu. Los inversores solían estar dispuestos a pasar por alto la corrupción endémica de China debido al margen de crecimiento, explica, "pero ahora esa tasa de crecimiento está regresando y empezará a revertir en algo que vemos en todas las demás grandes economías. Entonces hay que preguntarse: ¿merece la pena asumir un riesgo adicional?".

Xi ya ha demostrado que está dispuesto a introducir al Estado en el llamado sector privado de China de una forma que el país no había visto en décadas. El año pasado sorprendió a los mercados mundiales al congelar la regulación del sector de la tecnología de consumo de China, que está creciendo rápidamente. También puso a los multimillonarios sobre aviso de que sus fortunas están en peligro al iniciar su campaña de "prosperidad común". Wall Street esperaba que estos pronunciamientos políticos fueran solo disparos en la proa, pero era una ilusión. 

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Los cuadros que Xi ha elevado a su círculo íntimo son todos hombres que dicen sí, incluido uno que supervisó un terrible confinamiento de Shanghái el año pasado. Por encima de todo, Xi se dedica a acumular poder para sí mismo y para el Estado (que también es él). Durante su próximo mandato —que puede durar el resto de su vida—, la ideología maoísta de Xi dirigirá todas las decisiones económicas, al igual que está dirigiendo todos los demás aspectos de la vida en China, desde la educación hasta la sanidad pública.

"Protegeremos los ingresos legales, ajustaremos los ingresos excesivos y prohibiremos los ingresos ilícitos", ha declarado Xi en el Congreso del Partido Comunista de este mes. En su discurso de apertura ha mencionado 4 veces la frase "prosperidad común". La otra palabra que ha mencionado una y otra vez en su discurso es "seguridad": Xi ha hablado de seguridad "nacional", seguridad "tecnológica", seguridad "cultural", etc. Lo que Xi está diciendo es que todos estos aspectos de la vida social están ahora amenazados y requieren el control del Estado para el bien público.

Sobre el papel —es decir, en las notas de investigación y en los materiales de marketing—, Wall Street sigue jugando limpio. Esto es una necesidad, ya que Pekín ha dejado claro a los grandes bancos que no deben decir nada negativo sobre la economía o las acciones de China a los inversores y al público. Sin embargo, en momentos precarios como éste, es importante vigilar lo que dice Wall Street no solo sobre el papel, sino también en persona. Y si se escucha con atención, se puede oír hasta qué punto la fe de Wall Street en China y en sus mercados se ha tambaleado. 

En septiembre, en la conferencia "Delivering Alpha" de CNBC, el ex director general de TIAA [organización de servicios financieros Fortune 100], Roger Ferguson, dijo que no calificaría a China de "no invertible" porque es "demasiado grande para ignorarla", pero sí diría que está "mal gestionada". Dan Ives, de PIMCO, también señaló que no calificaría a China de "inviable", pero que es "difícil invertir en un mercado y una economía que no han sido puestos a prueba en términos de reestructuración". Se avecinan desafíos, y no está claro si Pekín está preparado.

En el mundo de las finanzas internacionales, estas declaraciones se asemejan a alejarse de alguien muy lentamente sin romper el contacto visual. Esto es lo más parecido a las duras advertencias de los banqueros, personas a las que se les paga para que sean tan aburridas que no molesten a nadie, especialmente al jefe de la segunda economía del mundo.

A punto

Con Xi Jinping, el poder blando de China se ha debilitado. Su agresiva interferencia en la economía está asustando a los inversores y empujando a las empresas a fabricar productos en otros lugares. La agresiva diplomacia de su régimen y su apoyo a Rusia han desanimado a los gobiernos y ciudadanos europeos.  

Todo esto ha dejado a China más aislada y más dependiente del poder duro para mantener su influencia en la escena mundial. Los servicios de inteligencia estadounidenses han advertido que China está intensificando sus operaciones de influencia allí y en todo el mundo. 

El jefe de la Armada estadounidense y la CIA han hablado de un ataque de China a Taiwán —una isla en el Mar de China Meridional que el PCC ha reclamado como propia desde que su oposición política huyó allí tras la guerra civil china de 1937— en un futuro próximo como una conclusión inevitable. No obstante, un ataque de este tipo sería extremadamente perjudicial en estos momentos. 

China es un importador neto de alimentos y energía, y a principios de este año, Ryan Hass, miembro de Brookings, me compartió que Estados Unidos todavía tiene la capacidad de infligir un gran dolor bloqueando a China desde el mar.

"Se puede imaginar un escenario en el que la Armada de EEUU incaute los barcos que viajan a China con petróleo en puertos neutrales hasta el cese de las hostilidades", prevé. Asimismo, sugiere que Estados Unidos podría limitar el acceso de China a los mercados financieros.

Pekín está trabajando incansablemente para encontrar formas de superar estos obstáculos. Aunque Xi no habló de la reforma económica durante el Congreso del PCCh, se dedicó mucho tiempo al desarrollo del Ejército Popular de Liberación, la fuerza militar de China. 

Tal vez más ominoso, David Finkelstein, vicepresidente del Centro de Análisis Navales, señaló que 2 frases clave del PCCh han sido "ocultadas" del informe del Congreso de Xi. Durante las últimas décadas los informes han recogido que China está en un "período estratégico de paz y oportunidad" y que el "mundo está en una era de paz y desarrollo". Al cortar estas 2 frases, queda claro que Xi está cada vez más preocupado por la posición de China en el mundo. 

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Un planificador del EPL probablemente mira a los vecinos de China y se pone nervioso, analiza Finkelstein. China ha luchado con India y Vietnam en los últimos 60 años. Japón está reconstruyendo su ejército. Estados Unidos —que sigue teniendo el ejército más poderoso y preparado para el combate en el mundo— se asoma al otro lado del Pacífico. "Vives en un barrio desagradable si eres un planificador militar", me describe Finkelstein. Eso no significa que el EPL crea que está preparado para una acción militar de gran envergadura, como la toma de Taiwán, pero sí que a los militares chinos "se les está diciendo que tienen que acelerar su marcha hacia la modernización".

Por parte de Estados Unidos, esto significa que tiene que encontrar elementos disuasorios más duraderos para la agresión china si se quiere que haya paz en Asia Oriental. El "Escudo de Silicio" de Taiwán, con sus avanzadas plantas de semiconductores, es crucial para la economía mundial, pero Shih me explica que es probable que Pekín ya haya incluido los daños a esas plantas en sus cálculos de conquista. 

La paz solía mantenerse gracias a las garantías de Estados Unidos de que no reconocería a Taiwán, las garantías de Taiwán de que no declararía la independencia y las garantías de China de que no atacaría a Taiwán. Ese acuerdo ya no funcionará. 

Hará falta que varios países trabajen en coordinación con Estados Unidos para disuadir a China de sus ambiciones más agresivas. Pero la diplomacia estadounidense ha estado desarticulada, sin recursos y superada en las últimas administraciones, escribe Nahal Toosi en Político. En parte, esto se debe a que la diplomacia china ha sido muy agresiva. Pekín es capaz de ordenar a las empresas estatales o casi estatales que inviertan allí donde lo exijan. Esta "diplomacia comercial" ha dado a China una ventaja en todo el mundo, especialmente en partes de América Latina y África.

Sin embargo, a medida que su economía se debilite, será menos capaz de utilizar su poderío económico para persuadir o coaccionar a otras naciones para que acepten su comportamiento. Eso podría empujar a Pekín a una acción aún más agresiva utilizando un ejército más modernizado y capaz, por ejemplo. En un mundo sin zanahorias, lo único que queda son los palos.

Fuente: Business Insider.

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